jueves, 2 de agosto de 2007

Inmaculada demanda la de los que santamente se muerden la lengua


Al amanecer empezamos la deliberación. Se trataba de una especie rara de mitológicas, colaciones y opacidades, previamente calculadas con villanía y precisión, previamente pensadas y reflexionadas hasta los límites de la soltura, de la confusión, de la estirpe irregular del desconcierto, del glorioso honor de la anarquía y el desgobierno. Algunas veces pensábamos en incluir sospechas de manifiesta subordinación, inclinadas por el peso de regalías antipáticas y tenues habitualmente adornadas con el paradigma de la mutilación. Otras veces pensábamos incluir mitigaciones lúgubres de perfiles capitalistas poco festejados. Muchas veces distintas empezábamos a creer en las ilusas ideas de la felicidad y la dicha entronadas en las imposturas inmateriales de la benevolencia. Finalmente aprendíamos a creer en la soberbia absoluta de la incapacidad moral de los desdichados mirando ángulos inciertos de la comprensión, de la claridad y la exactitud. Solo así empezábamos a creer posible llamar deliberación a un grupo indigno de peripecias absolutas de un reducido grupo de servidores de un politeísmo siempre turbio, perspicaz y permutable.

No hay comentarios.: