sábado, 4 de agosto de 2007

Complots tubulares


Desde que la autenticidad de la cabeza dejó su morada para internarse lúgubremente en las esferas concéntricas de la armonía del nuevo siglo, el ágil Petrus Malabrisa empezó a vender trifulcas. Teniendo vendidos algunos de estos azarosos menesteres emprendió una nueva y aligerante caminata por los estrechos senderos del placer. Ya bien entrado en estas acaudaladas estremezcas neuronales solía decir con parsimonia notable algo no tan raso: la lengua abatida intenta estirarse pero en su holgado deseo cesa y perfecciona su placer…

jueves, 2 de agosto de 2007

Inmaculada demanda la de los que santamente se muerden la lengua


Al amanecer empezamos la deliberación. Se trataba de una especie rara de mitológicas, colaciones y opacidades, previamente calculadas con villanía y precisión, previamente pensadas y reflexionadas hasta los límites de la soltura, de la confusión, de la estirpe irregular del desconcierto, del glorioso honor de la anarquía y el desgobierno. Algunas veces pensábamos en incluir sospechas de manifiesta subordinación, inclinadas por el peso de regalías antipáticas y tenues habitualmente adornadas con el paradigma de la mutilación. Otras veces pensábamos incluir mitigaciones lúgubres de perfiles capitalistas poco festejados. Muchas veces distintas empezábamos a creer en las ilusas ideas de la felicidad y la dicha entronadas en las imposturas inmateriales de la benevolencia. Finalmente aprendíamos a creer en la soberbia absoluta de la incapacidad moral de los desdichados mirando ángulos inciertos de la comprensión, de la claridad y la exactitud. Solo así empezábamos a creer posible llamar deliberación a un grupo indigno de peripecias absolutas de un reducido grupo de servidores de un politeísmo siempre turbio, perspicaz y permutable.

Liturgias extravagantes

Una excesiva hilaridad había empezado a retumbar los pasillos de la memoria sin saber hasta donde desplegar sus mangas. Luego se detuvo, hinchó su postre y soltó un holgado periplo de maldades. Agresividades de otro tipo, rancias y severas, llegaban a envolver la capitanía de la lujuria. Sin esperar el articulado martillazo dio la vuelta cubriendo de vaho amargo los contornos del olvido. En fin… todos sabíamos que las artimañas del recuerdo siempre se confabulaban con las expensas del olvido; así, locuazmente soberbios miramos al cielo donde se desencadenan miserias y bondades…